Cuando hablamos de democracia liberal y de separación de poderes, citamos tres: el ejecutivo o gobierno, el legislativo o parlamento y del judicial que se supone ha de procurar del cumplimiento de las leyes. También quedamos al principio en que la democracia era una aspiración, pues en su práctica surgen no pocas dificultades que nos generan más de una insatisfacción o duda. Lamentablemente eso ocurre hasta en países con democracias tan longevas como las de Gran Bretaña, Francia o EEUU donde no dejan de tener importantes fallos de funcionamiento. Aquello de la responsabilidad especial de políticos y políticas en cuyas manos la ciudadanía ha dejado demasiadas decisiones por no informarse bien, o, aquello de que “siempre habrá ricos y pobres” que se venía diciendo, parece que se mantienen, si no creciendo. Y es que apenas analizamos lo que viene ocurriendo con la información y el capital o dinero, a los que se les llaman el cuarto y el quinto poderes respectivamente. Si los miramos bien, no influyen menos que los tres antes citados, ni el cuanto logran al unir su potencial. Ahí el sentido del título de este escrito. Veamos pues, el poder y la validez de la información, más si va unida al dinero, respecto de la verdad que debe regir la vida y la democracia.

La verdad, como contenido de la información debiera llegar garantizada para el correcto funcionamiento de Gobierno, Parlamento y Judicatura. Sin embargo, la información cada día la vamos convirtiendo en algo menos claro y más discutible. Si la información llega a tergiversar la verdad que ha de alumbrar esas instancias, habrá disminuido el poder o la validez de las mismas. Y no es que todo el personal nos hayamos vuelto más torpes, que no. Lo que ocurre es que hay más desconfianza y menos lealtad, tanto que hemos renunciado a aquellos tratos verbales que se cerraban con un apretón de manos. De aquello hemos pasado a lo de “que hablen papeles y callen canas”. Pero es que ya ni papeles ni imágenes son fuentes de verdad compartida. Hay leguleyos que tratan de negar hasta la verdad más sencilla y contrastable, con tal de llevar el agua a su molino. Y así, una vez en el empeño de distintas verdades, poco valdrá la propuesta machadiana de “ni tu verdad ni la mía, vayamos juntos a buscarla”, lo que sería volver al apretón de manos, por lo que el deterioro seguirá. Viéndolo así, creo que el problema tiene su miga. Como aquí hablamos de mejorar la democracia y convivencia, se tratará de desconfiar menos de quien nos hable, y más de buscar la verdad en aquellas informaciones sin que la misma se enturbie por opiniones e ideologías interesadas o por la mentira más o menos disfrazada.

Hablamos de información y debemos añadir publicidad o propaganda. Si en la primera vemos la verdad en peligro más en las últimas. Aclaremos. Se entiende por propaganda la información que alguien difunde en su nombre y avisa sobre posibles intereses. La publicidad en general es la información para que el público conozca algo. Si en ella aparece claramente que es de pago y quien la difunde ya estamos sobre aviso. Pero como hay mucha publicidad, e incluso información, que no nos aclara ni el emisor ni las intenciones del mensaje la misma, ocurre que estamos envueltos entre medias verdades o mentiras inexactas o completas. Así que volviendo a la democracia, en la que la verdad se debiera dar supuesta. La información, más que el cuarto, en estas condiciones se convierte en un poder desbocado. Y es que la información es bastante más que el medio por donde nos llegan las propuestas y decisiones de los distintos partidos sino también las económicas y sociológicas que condicionan nuestra vida bastante más allá de periodos electorales.

Retomando los intereses del mensaje, basta recordar a Antonio Caño, director que fue durante unos años de El País, confesando sus intenciones de impedir la coalición de Gobierno PSOE-Podemos.

También son esclarecedoras las grabaciones en que aparecen García Ferreras, Villarejo o Mauricio Casals en que se habla del tratamiento informativo a dar a Podemos en los medios que algunos de ellos controlan. Medios que, junto a otros igualmente poderosos, conforman un gran bloque capaz de influir sobre la opinión general en determinados momentos. Véase el sesgo mayoritario de informaciones incriminatorias a Podemos, de las que dicha formación ha venido resultando exculpada. Por eso tiene sentido decir que los medios de comunicación, y más a los poderes económicos, vienen multiplicando su influencia que por excesiva puede llegar a ser muy peligrosa. Por ello, no vendría mal tomar nota de ese peligro para, al mismo tiempo mejorar el contraste para las limitaciones que pueden chirriar con otras determinadas complicidades más o menos puntuales.